“El perro se pasó
la tarde ladrando, llorando y arañando la puerta. Una vez lo dejaron entrar,
pero parecía frenético. Corría del uno al otro, tenía los ojos inyectados en
sangre, echaba espuma por la boca y mordía las ropas de todos, hasta que lo
volvieron echar fuera, a la oscuridad. Lanzo un aullido de angustia, largo y tristísimo,
y después no lo oímos más…
Arthur Machen en
el terror.
Era un bosque de pinos y abetos. Viejos sauces y
encinas doblaban sus ramas secas como brazos cansados. No había viento, ni
ruido, ni sonido alguno que indicara vida, solo los fríos esqueletos de lo que algún
día viviera. Una niebla pesada, densa, suspendida inmóvil al pie de los árboles
muertos. Todo era gris, o negro, hongos supurantes, pudriéndose, llenando del
mas fétido olor el poco aire respirable. Gusanos retorciéndose entre los cadáveres
luchando frenéticos por devorar la carne podrida y suave.
Al ir penetrando en el bosque se veían aves grises,
disecadas por la muerte en el rictus que las descubriera. Más gusanos y las
primeras moscas que apenas podían volar, enormes moscas fornicando histéricas sobre
los cadáveres.
Festín de carroña, de memorias y recuerdos, de amores
y alegrías que como la vida ahora se pudren en olvido gris e inerte. Buitres y
hienas miran en silencio los cadáveres, ignorándolos, tienen los buches y las
panzas llenas. Siguen los gusanos en sus estómagos digiriendo la muerte.
Se escuchan unos pasos, lentos pero firmes. Sonido de
cascos sobre los huesos esparcidos, hace más notorio el silencio, el rítmico andar
de algún ser infernal. Entre la densa bruma se ve aparecer una sombra robusta y
negra, un resoplido de hocico levanta la niebla del suelo, enormes gusanos retorciéndose
vuelven al ocultarse bajo la niebla. Es un enorme carnero negro. Grande como un
toro quizá, lleva las patas manchadas de sangre y las costras moradas le suben
por los flancos.
La luna negra arrastrándose sobre los cuerpos es una costra
informe danzando entre sus patas al ritmo de sus pasos. Su cuernos, grises y
enormes, son espirales de muerte. Los ojos rojos de fuego de sangre, miran inyectados,
desvariados hacia ningún lugar aparente. Lleva sobre la frente el símbolo de su
dueño, tallado en sus carne viva ahí, eternamente sangrante como la condena en
el infierno. La estrella invertida de cinco puntas, el pentagonom, el signo de
la caída del hombre. El mal, ayudado por el hombre, tomó el cielo por el asalto
y venció.
El mundo es hoy una piedra fría y gris flotando por
un espacio indiferente. La tierra girando alocada muerta sobre un eje sin razón,
pues hay solo un entorno, tibio invierno consumiéndose…
En un frío rincón de ese pútrido despojo, es una isla
bretona hoy son nombre fue devorado por gusanos el hombre que creara este mundo
y otros.
Arthur Machen.
Narrador testigo
Vela 13/V/XCI
No hay comentarios:
Publicar un comentario