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lunes, 17 de marzo de 2014

El despertar del Jardín de los presentes.


El Claro celeste de la mañana, me despierta, una luz entra por la ventana y el sonido de los pájaros me hace pensar que es la música del futuro.
Todo esto me hace suponer que estoy en un lugar donde no suelo estar.
Un sillón me recuerda, a tantos lugares donde alguna pase el reposo de mi sueño. Cuando la noche apura al cuerpo para dormir no hay nada que lo detenga.

Muchas caras, pasan por mi mente al despertarme. Cuantos niños jugando, andando por ahí en un desolado mundo, donde en algunas regiones azota el frio y muchos de ellos no puede llegar ver el mañana.
Si no fuera por la sonrisa de los niños este mundo como lo conocemos no tendría ninguna esperanza.
Alisto mi mochila, y me doy cuenta que cargo más cosas de lo común. Trato de salir si hacer mucho ruido. Y me doy cuenta que  ellas duermen. Pienso muchas cosas mientras miro la hora. Salgo a la calle y encuentro un distrito muy ajeno a mí. Tanto tiempo paso por estas calles, donde salía de un bar, con maletines de discos en mano. Sin ninguna gota sueño, con lo pómulos marcados y los ojos tremendamente inyectados. Eran noches duras y de corazones blandos. El tiempo pasa y tengo una sequedad en la boca. Camino varias cuadras y de pronto diviso una extraña bodega que tenia las puertas de en par en par abiertas. Estaba sorprendido pues normalmente no hay nada abierto en esas horas. Fue entonces que comprendí que no estaba en Barranco y nada que se le parezca. Entro a la bodega y antes de cruzar la pista noto un edificio viejo a lado del, aquel edificio me trajo algunos recuerdos uno de ellos fue la vez que acompañe a un amigo a dejar su material para que lo pasaran por aquella radio trasmisora llamada “Radio Miraflores”. Aquella radio estaba al costado de aquella antigua bodega donde encontré a un hombre mayor de bigotes blancos y cabellos grises con negro.

Saludo cordialmente al sujeto de la tienda y me recibe con una sonrisa, de pronto asomó la mirada por sus vitrinas y encuentro unos crisinos de ajonjolí y otras galletas naturales, pero no encontraba lo que me disponía a comprar inicialmente, era una crisinos de orégano y un jugo.
Entonces le lanzo una pregunta ¿Tiene Crisinos de Orégano? El señor de  pronunciados bigotes se acerca a la vitrina junto conmigo del otro lado del mostrador y me responde: -Joven parece que no.- Respondí con mucha serenidad: No se preocupe deme el crisino de ajonjolí con una botellita de jugo de durazno.
Me dispongo a buscar unas monedas para pagar lo que pedí y entra una cuadrilla de serenazgos mujeres, todo con el gorrito que les recoge el cabello y uniformadas impecablemente.
Dejo las monedas sobre el mostrador. Y ellas piden café y sanguches de pollo. Toman asiento al fondo de la bodega y son atendidas por el señor de la tienda. Cojo mi vuelto y salgo del lugar con cierta prisa. Saludo cortésmente alguna de las chicas de serenazgo que estaba recién entrando a la bodega y una de ellas me mira de pies a cabeza y se ríe. Solo le respondo con una sonrisa. Ella me sigue mirando y me señala con sus guantes de cuero negro de que mi bragueta está abierta. Salgo con mucha prisa y me hago a un costado de la  bodega , para subirme el cierre y este se me queda trabado a  la mitad, me bajo el polo y sigo mi camino riéndome de lo que me pasa.
Calles abajo veo el parque “Salazar” actualmente convertido en un frívolo centro comercial. Tomo dirección hacia Barranco y decido ir por el malecón. No ver el sol por la mañana me hace caminar ligero cruzando parques y arboles. Noto desde el malecón unas nubes algo densas que impiden que el ardoroso sol no salga en toda su plenitud. Me detengo a contemplar la pasividad del mar desde arriba y unas nubes raras y una densa neblina cubre  Barranco, que con la justas puedo apreciar de  lejos. Aquella matinal mañana la costa verde está cubierta de nubes y una cegante neblina. Volteo a mirar como las personas que viven por ahí hacen deporte, unos corriendo, otros caminando, algunos tan solo sentados en el gras haciendo algún tipo de gimnasia corporal. Desde donde estaba veo un camino que tomaba, cuando me dedicaba a entrenar, solía ir por ese camino al salir del gimnasio o cuando venía de hacer aquellas caminatas matutinas. De pronto me dije: “No estuve tan lejos de ellos”.

Alguna vez fui uno de ellos, que se levantaba temprano, y salía con ropa ligera, y me encerraba en un gimnasio para luego bajar a la playa para caminar bordeando el mar. Recuerdo que la mayoría de veces bajaba solo a la playa y siempre con música en  los oídos, recordé que tuve una eterna compañera llamada “Música”.
Ahora no me ejercito con el rigor de antes, ahora me ocupo de ejercitar un musculo que a veces dejo de usar cuando no estoy concentrado o tan solo no presto atención a lo que me pasa. Se  que también necesita ejercitarse me refería a  mi cerebro. Aquel musculo que no solemos ejercitar con mucha frecuencia.
Esa mañana no sabía que escuchar, me apetecía escuchar el despertar de un distrito.
Luego de estar mirando el mar con la mirada ida. Una gran pregunta me brota de la cabeza haciéndome serios cuestionamientos ¿Por qué me gusta observar tanto y no ser partícipe de ello?
Dicen que unos de los nombres de la inteligencia es la observación. Llevo muchos años observando demasiadas cosas. La mayoría las dejo pasar. A veces siento que no puedo cambiar el guion de mi propia película. Pero si dirigir a donde va toda mi historia con mis acciones.
Ya nadie riega los jardines. Son pocas las personas que van por ahí leyendo o escribiendo sobre la banca de un parque. Ya nadie saluda en las calles me decía un caballero de antiguas épocas. Las chicas andan con el seño fruncido. Como si fueran hacerle algo. Todos van a la defensiva. A nadie le importa lo que le pasa al otro. Todos van, corriendo, agitándose, esforzándose, llenando de sudor todo el cuerpo.
Me pregunto, si la nostalgia que sentía Ribeyro de aquel Miraflores olvidado, por el paso de la modernidad devorante que se lleva todo lo que alguna vez tuvo historia. Me imagino a Julio Ramón Ribeyro sentado en un café de Miraflores, entre cigarros y botellas de buen vino tinto. Es que acaso el también alguna vez se preguntaba lo siguiente: ¿Este es la realidad de hoy? ¿Este presente es producto de todo lo que llamamos progreso?

Bajo la mirada, y la levanto para buscar alguna banca donde pueda descansar y leer un rato. Dejo la mochila y contemplo el enorme parque. Una niñera pasa con un Bebe en un coche. Noto que la criatura mira con mucha atención a los pájaros que no dejan de cantar. De pronto me ve y se va acercando, pues su niñera va en dirección al lugar donde estoy sentando. El pequeño niño me mira, le sonrió y lo saludo levantando la mano. El niño me devuelve el gesto con una sonrisa tímida. 

Horas después de tomar una pequeña siesta. El sol hace llegar su rayos caloríficos y un bochorno se siente. Tomo mi mochila y me la pongo para poder seguir mi camino hacia Barranco. Me dispongo a levantarme de la banca y veo que una niñera venia a toda prisa, sujetaba a un perro con una mano y con la otra llevaba el coche de un niño. La mirada de aquel niño era muy llamativa, una picaresca mirada se le dibuja en el rostro. Sacaba el cuerpo del coche para ver por donde pasaba. El niño me llega notar de muy de cerca, le cause tal impresión, y entonces vi como sus ojos se le sobresalían. Levanto la mano para saludarlo y me dejo una sonrisa y una risita risueña. Lo veo pasar riéndose y me digo: “Tal vez, no  todo esta  tan podrido como parece”,
Iz.
Marzo 2014.

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